TEXTO
Punto y
seguido
Punto y
aparte
Coma
Extracto extraído de: https://fecolsa.com.co/upload/Actividades%20Equilibrio%20Total/Rowling%2C%20J.%20K.%20-%20%20Harry%20Potter%20y%20la%20piedra%20filosofal.pdf
El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive, estaban orgullosos de decir
que eran muy normales,
afortunadamente. Eran las
últimas personas que se esperaría encontrar relacionadas con algo extraño o
misterioso, porque no
estaban para tales tonterías.
El señor Dursley era el director de una empresa llamada Grunnings, que fabricaba taladros. Era un hombre corpulento y
rollizo, casi sin
cuello, aunque con un
bigote inmenso. La señora
Dursley era delgada,
rubia y tenía un cuello casi el doble de largo de lo habitual, lo que le resultaba muy
útil, ya que pasaba la
mayor parte del tiempo estirándolo por encima de la valla de los jardines para
espiar a sus vecinos. Los
Dursley tenían un hijo pequeño llamado Dudley, y para ellos no había un niño mejor que él. Los Dursley tenían todo lo
que querían, pero
también tenían un secreto,
y su mayor temor era que lo descubriesen: no habrían soportado que se supiera
lo de los Potter.
La señora Potter era
hermana de la señora Dursley,
pero no se veían desde hacía años; tanto era así que la señora Dursley fingía
que no tenía hermana,
porque su hermana y su marido,
un completo inútil,
eran lo más opuesto a los Dursley que se pudiera imaginar. Los Dursley se estremecían al
pensar qué dirían los vecinos si los Potter apareciesen por la acera. Sabían que los Potter también
tenían un hijo pequeño,
pero nunca lo habían visto.
El niño era otra buena razón para mantener alejados a los Potter: no querían
que Dudley se juntara con un niño como aquél.
Nuestra historia comienza cuando el señor y la señora
Dursley se despertaron un martes, con un cielo cubierto de nubes grises que amenazaban tormenta. Pero nada había en aquel
nublado cielo que sugiriera los acontecimientos extraños y misteriosos que poco
después tendrían lugar en toda la región. El señor Dursley canturreaba mientras se ponía su corbata más
sosa para ir al trabajo,
y la señora Dursley parloteaba alegremente mientras instalaba al ruidoso Dudley
en la silla alta.
Ninguno vio la gran lechuza parda que pasaba volando por la ventana.
A las ocho y media, el señor Dursley cogió su maletín, besó a la señora Dursley en
la mejilla y trató de despedirse de Dudley con un beso, aunque no pudo, ya que el niño tenía un berrinche y estaba
arrojando los cereales contra las paredes. «Tunante», dijo entre dientes el señor Dursley mientras salía de la casa. Se metió en su coche y se
alejó del número 4.
Al llegar a la esquina percibió el primer indicio de que
sucedía algo raro: un gato estaba mirando un plano de la ciudad. Durante un segundo, el señor Dursley no se dio
cuenta de lo que había visto,
pero luego volvió la cabeza para mirar otra vez. Sí había un gato atigrado en la esquina de Privet
Drive, pero no vio
ningún plano. ¿En qué había estado pensando? Debía de haber sido una ilusión
óptica. El señor Dursley
parpadeó y contempló al gato.
Éste le devolvió la mirada.
Mientras el señor Dursley daba la vuelta a la esquina y subía por la calle, observó al gato por el
espejo retrovisor: en aquel momento el felino estaba leyendo el rótulo que
decía «Privet Drive» (no podía ser, los gatos no saben leer los rótulos ni los planos). El señor Dursley meneó la
cabeza y alejó al gato de sus pensamientos. Mientras iba a la ciudad en coche
no pensó más que en los pedidos de taladros que esperaba conseguir aquel día.
Pero en las afueras ocurrió algo que apartó los taladros de
su mente. Mientras
esperaba en el habitual embotellamiento matutino, no pudo dejar de advertir una gran cantidad de
gente vestida de forma extraña.
Individuos con capa. El
señor Dursley no soportaba a la gente que llevaba ropa ridícula. ¡Ah, los conjuntos que
llevaban los jóvenes! Supuso que debía de ser una moda nueva. Tamborileó con
los dedos sobre el volante y su mirada se posó en unos extraños que estaban
cerca de él. Cuchicheaban
entre sí, muy excitados. El señor Dursley se enfureció
al darse cuenta de que dos de los desconocidos no eran jóvenes.
Vamos, uno era incluso mayor que él, ¡y vestía una capa
verde esmeralda! ¡Qué valor! Pero entonces se le ocurrió que debía de ser
alguna tontería publicitaria; era evidente que aquella gente hacía una colecta
para algo. Sí, tenía que ser eso. El tráfico avanzó y, unos minutos más tarde, el
señor Dursley llegó al aparcamiento de Grunnings, pensando nuevamente en los taladros.
El señor Dursley siempre se sentaba de espaldas a la
ventana, en su oficina del noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella
mañana le habría costado concentrarse en los taladros. No vio las lechuzas que
volaban en pleno día, aunque en la calle sí que las veían y las señalaban con
la boca abierta, mientras las aves desfilaban una tras otra. La mayoría de
aquellas personas no había visto una lechuza ni siquiera de noche. Sin embargo,
el señor Dursley tuvo una mañana perfectamente normal, sin lechuzas. Gritó a
cinco personas. Hizo llamadas telefónicas importantes y volvió a gritar. Estuvo
de muy buen humor hasta la hora de la comida, cuando decidió estirar las
piernas y dirigirse a la panadería que estaba en la acera de enfrente.
Había olvidado a la gente con capa hasta que pasó cerca de
un grupo que estaba al lado de la panadería. Al pasar los miró enfadado. No
sabía por qué, pero le ponían nervioso. Aquel grupo también susurraba con
agitación y no llevaba ni una hucha. Cuando regresaba con un dónut gigante en
una bolsa de papel, alcanzó a oír unas pocas palabras de su conversación. —Los
Potter, eso es, eso es lo que he oído…
—Sí, su hijo, Harry… El señor Dursley se quedó petrificado.
El temor lo invadió. Se volvió hacia los que murmuraban, como si quisiera
decirles algo, pero se contuvo.
Se apresuró a cruzar la calle y echó a correr hasta su
oficina. Dijo a gritos a su secretaria que no quería que le molestaran, cogió
el teléfono y, cuando casi había terminado de marcar los números de su casa,
cambió de idea. Dejó el aparato y se atusó los bigotes mientras pensaba… No, se
estaba comportando como un estúpido. Potter no era un apellido tan especial.
Estaba seguro de que había muchísimas personas que se llamaban Potter y que
tenían un hijo llamado Harry. Y pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de
que su sobrino se llamara Harry. Nunca había visto al niño. Podría llamarse
Harvey. O Harold. No tenía sentido preocupar a la señora Dursley, siempre se
trastornaba mucho ante cualquier mención de su hermana. Y no podía
reprochárselo. ¡Si él hubiera tenido una hermana así…! Pero, de todos modos,
aquella gente de la capa…
Aquella tarde le costó concentrarse en los taladros, y
cuando dejó el edificio, a las cinco en punto, estaba todavía tan preocupado
que, sin darse cuenta, chocó con un hombre que estaba en la puerta.
—Perdón —gruñó, mientras el diminuto viejo se tambaleaba y
casi caía al suelo. Segundos después, el señor Dursley se dio cuenta de que el
hombre llevaba una capa violeta. No parecía disgustado por el empujón. Al
contrario, su rostro se iluminó con una amplia sonrisa, mientras decía con una
voz tan chillona que llamaba la atención de los que pasaban:
—¡No se disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede
molestarme! ¡Hay que alegrarse, porque Quien-usted-sabe finalmente se ha ido!
¡Hasta los muggles como usted deberían celebrar este feliz día! Y el anciano
abrazó al señor Dursley y se alejó.
El señor Dursley se quedó completamente helado. Lo había
abrazado un desconocido. Y por si fuera poco le había llamado muggle, no
importaba lo que eso fuera. Estaba desconcertado. Se apresuró a subir a su
coche y a dirigirse hacia su casa, deseando que todo fueran imaginaciones suyas
(algo que nunca había deseado antes, porque no aprobaba la imaginación).
Cuando entró en el
camino del número 4, lo primero que vio (y eso no mejoró su humor) fue el gato
atigrado que se había encontrado por la mañana. En aquel momento estaba sentado
en la pared de su jardín. Estaba seguro de que era el mismo, pues tenía unas
líneas idénticas alrededor de los ojos. —¡Fuera! —dijo el señor Dursley en voz
alta.
El gato no se movió.
Sólo le dirigió una mirada severa. El señor Dursley se preguntó si aquélla era
una conducta normal en un gato. Trató de calmarse y entró en la casa. Todavía
seguía decidido a no decirle nada a su esposa.
La señora Dursley había tenido un día bueno y normal.
Mientras comían, le informó de los problemas de la señora Puerta Contigua con
su hija, y le contó que Dudley había aprendido una nueva frase («¡no lo
haré!»). El señor Dursley trató de comportarse con normalidad. Una vez que
acostaron a Dudley, fue al salón a tiempo para ver el informativo de la noche.
—Y, por último, observadores de pájaros de todas partes han
informado de que hoy las lechuzas de la nación han tenido una conducta poco
habitual. Pese a que las lechuzas habitualmente cazan durante la noche y es muy
difícil verlas a la luz del día, se han producido cientos de avisos sobre el
vuelo de estas aves en todas direcciones, desde la salida del sol. Los expertos
son incapaces de explicar la causa por la que las lechuzas han cambiado sus
horarios de sueño. —El locutor se permitió una mueca irónica—. Muy misterioso.
Y ahora, de nuevo con Jim McGuffin y el pronóstico del tiempo. ¿Habrá más
lluvias de lechuzas esta noche, Jim? —Bueno, Ted —dijo el meteorólogo—, eso no
lo sé, pero no sólo las lechuzas han tenido hoy una actitud extraña.
Telespectadores de lugares tan apartados como Kent, Yorkshire y Dundee han
telefoneado para decirme que en lugar de la lluvia que prometí ayer ¡tuvieron
un chaparrón de estrellas fugaces! Tal vez la gente ha comenzado a celebrar
antes de tiempo la Noche de las Hogueras. ¡Es la semana que viene, señores!
Pero puedo prometerles una noche lluviosa.
El señor Dursley se
quedó congelado en su sillón. ¿Estrellas fugaces por toda Gran Bretaña?
¿Lechuzas volando a la luz del día? Y aquel rumor, aquel cuchicheo sobre los
Potter… La señora Dursley entró en el comedor con dos tazas de té. Aquello no
iba bien. Tenía que decirle algo a su esposa. Se aclaró la garganta con
nerviosismo.
—Eh… Petunia, querida, ¿has sabido últimamente algo sobre tu
hermana? Como había esperado, la señora Dursley pareció molesta y enfadada.
Después de todo, normalmente ellos fingían que ella no tenía hermana.
Como había esperado, la señora Dursley pareció molesta y
enfadada. Después de todo, normalmente ellos fingían que ella no tenía hermana.
—No —respondió en tono cortante—. ¿Por qué? —Hay cosas muy
extrañas en las noticias —masculló el señor Dursley—. Lechuzas… estrellas
fugaces… y hoy había en la ciudad una cantidad de gente con aspecto raro… —¿Y
qué? —interrumpió bruscamente la señora Dursley.
—Bueno, pensé… quizá… que podría tener algo que ver con… ya
sabes… su grupo.
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